Acabo de ponerme un vaso de plástico en la oreja, que es una de las cosas que perfectamente le puede dar por hacer a un guionista que lleve encerrado en una habitación doce horas, y he descubierto que reproducir el sonido del mar no es patrimonio exclusivo de las caracolas. Me temo que puede hacerlo casi cualquier objeto hueco que te lleves a la oreja. Y ahora tengo un dilema filosófico. ¿Este descubrimiento rebaja a lo mundano y por lo tanto anula la romántica magia atribuida a las caracolas? ¿O por el contrario eleva a mágicas las cosas que tenemos por mundanas? Me quedo con la segunda y disfrutando del sonido del mar en mi vaso de plástico.

PD: Otro día os explicaré con detalle el proceso que desemboca en llevarte un vaso de plástico a la oreja.